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Mileidy Gil Cruz
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viernes, 22 de julio de 2016
Queremos saber cómo te pareció el trabajo en el área de lengua castellana con el blog



viernes, 10 de junio de 2016


RESPONDE LAS PREGUNTAS 1 A LA 7 DE ACUERDO AL SIGUIENTE CUENTO

El sombrero rojo
Hubo una vez un hombre con un sombrero rojo. Lucía orgulloso siempre su sombrero. No hablaba, simplemente nunca se olvidaba de ponerse su sombrero rojo al salir de casa. Saludaba cortésmente a la gente, en general, nunca se dirigía hacia ellos ni levantaba su sombrero para saludar. Simplemente les dedicaba un breve gesto con la mano y seguía su camino. Iba siempre orgulloso y altivo con su sombrero rojo.
Un buen día se encontró con un paseante que llevaba un sombrero azul.
–Hay que ver qué mal gusto tienen algunos –pensó, y siguió su camino, sin apenas mirarle. El hombre del sombrero azul miró de reojo al del sombrero rojo y pensó a su vez.
–Ya me gustaría a mí poder llevar un sombrero tan rojo y bonito como ese.
El hombre del sombrero rojo siguió caminando. A los pocos minutos, se encontró con una mujer que lucía una gorra verde.
-¡Qué gorra tan horrorosa! –pensó el hombre del sombrero rojo. La mujer de la gorra verde pensó:
-ya me gustaría a mí poder lucir un sombrero aunque yo lo llevaría de otro color.

Continuó paseando el hombre del rojo sombrero y lo siguiente que encontró fue un cartero con su gorra gris de trabajo, un policía con su gorra verde, un marinero con su recién estrenada gorrita blanca, el paseo continuó al menos dos horas más y cada persona que se encontraba con un sombrero de color distinto al suyo pensaba:
-¡Qué sombrero más feo! mientras que los demás siempre pensaban igual:
-ya me gustaría a mí poder llevar un sombrero como ese.
Regresando ya a su casa el hombre del sombrero rojo vio a una niña que llevaba puesto un gorro rojo de lana y se dijo:
- vaya, por fin alguien con buen gusto, me voy a parar a saludar, esta niña se merece mi saludo. La niña al ver al hombre del sombrero rojo pensó:
-vaya un hombre con sombrero del mismo color que mi gorro de lana, pero…pobrecillo, ¡qué tonto! Lleva sombrero en vez de gorro de lana, con el frio que hace, ¡se le quedarán las orejas heladas, que bobo! Y sin mirarlo siquiera siguió su camino. El hombre del sombrero rojo, quedó triste y desconcertado. ¿Por qué no me ha saludado? Se decía mientras seguía su camino a casa. Al llegar a casa la mujer del hombre del sombrero rojo le dijo:
-Te veo triste ¿qué te pasa? ¿No te ha ido bien en el paseo?
-Sí, -dijo el hombre, lo que sucede es que he querido saludar a una niña y ni ha querido mirarme, no sé por qué, ha pasado de largo como si no existiera.
 –Y ¿llevaba sombrero del mismo color que el tuyo? –dijo la mujer que sabía bien a qué tipo de gente saludaba su marido.
–Sí, sí, era rojo, bueno no era un sombrero, era un gorro de lana pero supongo que eso da lo mismo, ¡Era de color rojo!
-¡No da lo mismo! Dijo la muer toda digna, un sombrero no es lo mismo que un gorro, ¿por qué te has parado a saludar a esa niña? ¡Te has puesto en evidencia! ¡Un gorro de lana! ¡Qué vergüenza! ¡No estaba a tu altura! El hombre entonces quedó más desconcertado aún.
 –No lo comprendo-pensó- llevaba el mismo color que el mío…si no está a mi altura… ¿Por qué soy yo el que se sintió inferior al no ser saludado?

1.         De acuerdo con el cuento, el sombrero rojo es sinónimo de:

a.         Riqueza
b.         Cortesía
c.         Envidia
d.         Prestigio

2.        ¿Por qué la niña no respondió el saludo del hombre del                 sombrero rojo?

a.         Porque no escuchó cuando él la saludó
b.         Porque pensó que era tonto
c.         Porque le dio tristeza
d.         Porque no estaba a su altura.

3.         La moraleja de esta historia puede ser:

a.         En esta vida no todas las cosas son sombrero, ni todas las             personas son persona
b.         El mono aunque se vista de seda, mono se queda
c.         Un saludo depende de las ropas del otro
d.         No hagamos a otros lo que no queremos que nos hagan a             nosotros.

4.        ¿Qué tipo de personas se comportan como el hombre del              sombrero rojo?

a.         Los egoístas
b.         Los solidarios
c.         Los chismosos
d.         Los orgullosos


5. Teniendo en cuenta el texto anterior, redacte un comentario crítico de tres párrafos.

martes, 31 de mayo de 2016
Esta encuesta sirve para evaluar tu experiencia con el blog y buscar estrategias de mejora y realimentación de la temática presentada.






sábado, 28 de mayo de 2016


A continuación encontrarás el cuento: La luz es como el agua del autor colombiano Gabriel García Márquez y una serie de actividades para su interpretación.




La luz es como el agua

Gabriel García Márquez


En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.
Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.
-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.
-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.
Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.
-El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.
Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.
-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?
-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está.
La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.
Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.
-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.
De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.
-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.
-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.
-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.
El padre le reprochó su intransigencia.
-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.
Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.
En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.
El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.
-Es una prueba de madurez -dijo.
-Dios te oiga -dijo la madre.
El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.
Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.
Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.









La luz es como el agua
lunes, 16 de mayo de 2016
domingo, 15 de mayo de 2016
viernes, 13 de mayo de 2016